Reescribiendo la historia

El
 baloncesto es un deporte de equipo. Un jugador bendecido necesitará de 
sus compañeros para alcanzar la gloria. No hay nada más bello que ver el
 balón volar, pasando de mano en mano con los 5 jugadores en cancha 
participando de una bella y sincronizada sinfonía.
Innumerables
 ejemplos contrastan la veracidad de las 3 sentencias anteriores. Los 
años de lucha individual de Jordan, hasta que la confianza creciente en 
sus compañeros le abrió las puertas del Olimpo en 6 ocasiones. El juego 
imperecedero de equipos como los Knicks campeones de Red Holzman, los 
Lakers del Showtime o los Spurs del curso 13/14. Todos ellos fenómenos 
que arrojan una verdad incontestable: es mucho más difícil descabezar a 
una hidra de incontables cabezas que a un león con una sola testa.
Con
 todo, es inevitable experimentar esa fascinación ante las grandes 
exhibiciones individuales que nos regala el deporte. Atletas 
superdotados física y técnicamente que se disfrazan de superhéroes para 
tratar de imponer su ley en solitario. Chamberlain, West, Baylor, Barry,
 Maravich, Jordan, Iverson... Todos los grandes cañoneros de siempre 
tienen sus obras de arte colgadas en la galería de los recuerdos 
imperecederos. El gigante de Philadelphia copaba el Top 3 de mayores 
anotaciones individuales con 2 avalanchas clásicas, incluidos los 
inalcanzables 100 puntos de 1962 ante los New York Knicks, y David 
Thompson se colaba con sus 73 puntos entre las monstruosidades varias 
perpetradas por Wilt en la década de los 60. Así llegábamos al 22 de 
enero de 2006, velada en la que los Toronto Raptors rendían visita a los
 Lakers en el Staples Center angelino.
Smush & Kwame, dos de los ilustres integrantes de aquellos Lakers 2005/06. Fuente bleacherreport.net
Smush
 Parker, Lamar Odom, Kwame Brown y Chris Mihm acompañaban a Kobe Bryant 
en el quinteto inicial. Devean George, Sasha Vujacic, Luke Walton y 
Brian Cook conformaban la 2ª unidad de aquellos mediocres Lakers, que 
luchaban por meterse en los playoffs tras totalizar 34 tristes triunfos 
en el curso 2004/05. Y el talento de Bryant era el único asidero real al
 que poder agarrarse, si de veras pretendían acercarse al objetivo.
En
 ese mismo mes de enero, el escolta de los de púrpura y oro había 
endosado ya 51 puntos a los Sacramento Kings, 41 a los Portland Trail 
Blazers, 45 a los Indiana Pacers, 50 a los vecinos Clippers y 48 a los 
Philadelphia 76ers, para engordar las proezas de meses anteriores. 
Liderados por Mike James y Chris Bosh, los Raptors se marcharon al 
descanso dominando el partido 63-49, renta que ampliarían a los 18 
puntos a inicios del tercer cuarto. Justo ahí llegaría el punto de la 
noche en el que Kobe decidió que había visto suficiente.
Rose, tratando de impedir lo inevitable. Fuente: sports.yahoo.com
51
 puntos anotaría el #8 angelino desde ese instante (55 en el total de la
 segunda parte). De los 42 puntos de los Lakers en el tercer cuarto, 27 
llegaron de manos de su escolta. De los 31 producidos por el equipo en 
el último periodo, 28 brotaron directamente de su capitán. Los 18 puntos
 de desventaja acabarían en victoria por esa misma renta (104-122), 
gracias a la segunda anotación individual más alta de la historia de la 
NBA. 
81
 puntos (28/46 en tiros de campo-incluyendo un 7/13 en triples-,18/20 en
 tiros libres). Un mago en éxtasis, castigando el aro rival una y otra 
vez y avasallando a todo un equipo armado de un alud de talento y un 
enfermizo deseo por la victoria. 
"It
 was another level. I´ve seen some remarkable games, but I´ve never seen
 one like that before." Declaraciones de Phil Jackson, antiguo 
entrenador de Michael Jordan, pasmado ante la brillante violación de su 
Triángulo Ofensivo. 
"We
 tried three or four guys on him, but it seemed like nobody guarded him 
tonight.". Impresiones desde el impotente bando rival, personificadas en
 Bosh.
Todos
 recordamos con precisión milimétrica el lugar en el que vimos (en 
directo o en diferido) aquella joya de inicios de 2006. No es para 
menos: aquel día, desde nuestro sofá, estábamos presenciando historia 
del deporte. En movimiento.
El héroe se retira, entre los vítores del coliseo. Fuente: nba.com


La estrella de la Meca


El Madison Square Garden no es un lugar cualquiera. El pabellón del nº4 de Pennsylvania Plaza (hogar de los New York Knicks) es historia viva del baloncesto, y todas las grandes estrellas desean lucirse bajo sus focos, con los ojos de la Big Apple expectantes. Una noche de gloria en la catedral del baloncesto mundial es algo que toda leyenda que se precie de serlo debe poseer en su hoja de servicios.

Cuando los Lakers aterrizaron en Nueva York aquel gélido 2 de febrero de 2009, la mayor anotación lograda en el mítico coliseo llevaba la firma del gran Bernard King, que llegó a los 60 puntos el día de Navidad de 1984. El equipo angelino, con la baja confirmada de Andrew Bynum y en plena lucha por alcanzar el mejor récord de la Conferencia Oeste, anhelaba regresar a las finales tras la dura derrota del curso anterior ante los archienemigos Celtics. En frente, los Knicks de Mike D´Antoni, en tierra de nadie y con Lee, Harrington y Robinson liderando el cotarro. Un conjunto eminentemente anotador, pero poco competitivo y sin nadie capaz de bajar el culo atrás.

Con Lamar Odom en el quinteto y Pau Gasol sustituyendo a Bynum en el puesto de center (excepcional actuación final del de Sant Boi, con 31 puntos, 14 rebotes y 5 asistencias), Bryant entraría en calor ya en los minutos iniciales del partido. La ridícula defensa con cambios automáticos de los neoyorquinos había sufrido durante todo el curso ante cañoneros de todo pelaje y condición: situación ideal para el rey de los anotadores.

Inspiración indefendible. Fuente: nba.com


17 puntos en el primer cuarto, en su mayor parte derivados de letales lanzamientos exteriores. 16 en el segundo, tras el pertinente paso por el banquillo para tomar aire. Los Lakers once arriba al descanso.

Bryant declararía al final de la velada no haber tenido en mente en ningún momento aquel fantástico partido de Michael Jordan en 1995 (55 puntos, mayor anotación individual de un visitante en el recinto). Verdad o no, el genio de Philadelphia no se iba a detener ahí.

Contundentes mates, penetraciones rodeado de jugadores de los Knicks, alucinantes rectificados en el aire, perfecta ejecución desde la línea de tiros libres (20/20)... su exhibición de juego de pies en una canasta ante Wilson Chandler desencadenaría la risa nerviosa de un Spike Lee incapaz de creer lo que estaba presenciando desde su prohibitiva butaca a pie de pista. Y los cánticos de la afición del Garden coronarían una faena para la historia. ¡MVP!, ¡MVP!: 61 puntos grabados con dígitos de oro en la legendaria historia del Madison.


Kobe, must-see de Broadway. Fuente: allsportsnwespr.com


Phil Jackson, enlace histórico entre las dos exhibiciones de Jordan y Bryant, no acertaba a destacar una por encima de la otra: "Both remarkable performances".

Mike D´Antoni, encarnizado rival de Kobe y de sus Lakers en los playoffs de 2006 y 2007 (mandándoles a casa en sendas 1ª rondas con los Phoenix Suns), desempolvaba el decálogo del coach impotente ante la enésima erupción anotadora del escolta criado en la Vieja Europa, que admiró fervientemente al D´Antoni jugador durante su infancia en Italia.


Y Bryant, honrado y agradecido, se retiraba entre los vítores de la Meca del basket, consciente de la nueva obra maestra que acababa de completar.

http://www.youtube.com/watch?v=So7oniG81pI




El fracaso del triunfador

"Es el mejor momento

asumir que toda sabiduría y experiencia

no resisten a veces, la fuerza de algunas corrientes."

Reconstrucción (Deluxe)


6 de octubre de 1993. Michael Jordan, avatar del triunfador imbatible a escala global, compadece ante los medios para mostrar su naturaleza humana. La muerte de su padre, asesinado poco más de 2 meses antes en un área de descanso de una carretera en Lumberton, había dejado al baloncesto en el último peldaño de su escala de prioridades vitales. MJ ya no disfrutaba en la pista, necesitaba reconstruirse y recuperar la ilusión,  y nos dejó a todos huérfanos de su magia.

Ese sentimiento de orfandad se multiplicó en los Chicago Bulls de Phil Jackson. Mantener la competitividad sin el mejor jugador de la liga parecía poco menos que una quimera, pero los 3 veces campeones contaban con un arma secreta en la recámara. Había llegado el momento de que la estrella disfrazada se deshiciera del atuendo de escudero, el secreto peor guardado del baloncesto mundial estaba a punto de revelarse.

"It´s the greatest promotion I´ve ever had."

Sabedor de los problemas que la ausencia de Jordan crearía en la ofensiva del equipo (cifrados a finales de curso en 6.8 puntos menos anotados por cada 100 posesiones), Jackson retocó el libreto desde 2 premisas fundamentales: la defensa y la división de responsabilidades en ataque. En los 94.9 puntos encajados por duelo hallaremos el pilar fundamental de los 55 sorprendentes triunfos, pero no el único. Steve Kerr y Tony Kukoc (la vieja y enfermiza aspiración de Jerry Krause) habían llegado para revitalizar el banquillo, B.J Amstrong aceptó el reto de incrementar sus prestaciones, y Pippen... Pippen se reveló en todo su esplendor físico y técnico.

Líder anotador algunas noches, principal suministrador de pases letales otras, furibundo stopper en todas ellas: Scottie no iba a dejar pasar su gran oportunidad. Tras recuperarse de una lesión de tobillo, la vuelta del alero dispararía a los Bulls en una racha de 30 triunfos en 35 partidos. 22 puntos (49.1% de acierto en tiros de campo), 8.7 rebotes, 5.6 asistencias y 2.9 robos de balón como estelares promedios, MVP del All-Star Game, miembro del mejor quinteto de la temporada y 3º en las votaciones al MVP de la regular season (que ganaría el gigante Olajuwon). El escudero era ya uno de los mejores jugadores del baloncesto mundial, y noches como la del 8 de marzo de 1994 frente a los Atlanta Hawks (39 puntos, 10 asistencias y 9 robos de balón) quedarían como inmortal legado de un jugador irrepetible.


Estrella entre las estrellas. Fuente: nba.com

Pero esa angustiosa necesidad de protagonismo, incubada tras años a la sombra de "His Airness", acabaría por jugar una mala pasada a Pip. Tras arrollar a los Cleveland Cavaliers en la 1ª ronda de los playoffs, los Bulls se veían obligados a levantar un 2-0 en contra ante los rocosos y agresivos New York Knicks de Pat Riley. Y en el tercer partido de la serie, celebrado en Chicago, llegaría el gran fracaso como líder de nuestro triunfal protagonista.

Posesión de partido para los locales, con apenas 1.8 segundos por jugarse. Las órdenes de Phil Jackson son precisas: Kukoc será el encargado de jugarse el tiro decisivo. La reacción de Pippen dejaría estupefactos a sus compañeros de armas: el caudillo de la tropa se negaba a volver a la pista, víctima de un letal egocentrismo. 

Kukoc acabaría transformando el lanzamiento ganador, y los Toros morirían ahogados en la orilla de un taquicárdico séptimo partido en la Gran Manzana (con Pippen readmitido ya desde el 4º, y dejando un asombroso mate sobre Pat Ewing para la historia), pero la enorme lección de jerarquía e humildad que el Maestro Zen había regalado a su #33 acabaría por ser más provechosa que todos los galardones recibidos por el alero. Entre disculpas a sus compañeros de equipo y muestras de la mayor de las vergüenzas, Scottie entendió por fin lo que significaba ser un líder, más allá de portentosas exhibiciones individuales.  




Un demonio contra la Trinidad


"Because the night is dark and full of terrors."

Game of Thrones (George R.R Martin).

Los más jóvenes del lugar asociarán de inmediato el término Big Three al desembarco de Lebron James en los Miami Heat allá por el verano de 2010, algunos incluso se remontarán al de 2008, para vincularlo a la llegada de Kevin Garnett y Ray Allen a Boston (uniéndose a Paul Pierce en plena reinvención de los Orgullosos Verdes). Pero las reuniones de 3 estrellas vienen dándose desde los albores de la liga (Russell, Cousy, Heinshon), pasando por el Showtime (Magic, Jabbar, Worthy), los Celtis de Bird (junto a McHale y Parish) o los Bulls de Jordan (junto a Pippen y a Rodman). Y, durante las finales de la Conferencia Este de 2001, otro trío estelar se citaría con Allen Iverson, en plena lucha estilística por un puesto en la finalísima de la NBA.

Pese a pasar por ciertas dificultades ofensivas en las eliminatorias de postemporada, los Milwaukee Bucks de George Karl eran un fogonazo de luz en plena era de oscuridad y cemento. Con 100.7 puntos por partido durante la liga regular y 108.8 puntos anotados por cada 100 posesiones, el equipo de Wisconsin se situaba 2º y 1º de la competición en sendos apartados. Al otro lado del cuadrilátero, los Sixers de Larry Brown tenían bien claro su plan de supervivencia, más aún desde la llegada clave de Dikembe Mutombo: defensa, defensa, defensa... Y balones a Iverson en ataque.

Ray Allen, Glenn Robinson y Sam Cassell conformaban uno de los mejores perímetros (sino el mejor) de la liga, y lucharían hasta la extenuación para intentar frustar el sueño de The Answer, el MVP de la Regular Season, del All Star Game y máximo anotador de la temporada. Así, entre fundadas polémicas arbitrales (Karl llegó a argumentar que a la NBA no le interesaba que su equipo se enfrentara a los Lakers en la gran final, al tratarse de un mercado pequeño) y tras un fantástico 6º partido (con los Bucks dominando 31-60 al descanso y aguantando un parcial 46-30 en contra en el último cuarto), la serie se trasladaba a Philly para encarar su 7ª y definitiva batalla.



Apasionante duelo entre dos de los mejores escoltas de su era. Fuente: nba.com

Si el duelo de cañoneros del 6º había dejado perplejos a los amantes de nuestro juego, con Allen anotando 41 puntos (9/13 en triples) frente a los 46 de Iverson, ninguno estábamos preparados para lo que nos había reservado el demonio de Virginia aquel 3 de junio de 2001. Los Bucks únicamente lograrían imponerse en los 12 minutos iniciales (26-25), desbordados ante la furibunda reacción del pequeño escolta con la zamarra #3 de los Sixers. 44 puntos, 6 rebotes y 7 asistencias llevarían la firma de AI, ayudado por el enorme trabajo de Mutombo (23 puntos, 19 rebotes y 7 tapones) y McKie (13 asistencias). Los 70 puntos con la firma de su Big Three no bastarían a la tropa de George Karl, que redoblaría sus protestas tras la derrota 91-108. Con los datos en la mano, las diferencias de criterio arbitral entre ambos contendientes fueron palpables (66 tiros libres más lanzados por Philadelphia en la eliminatoria, 5 faltas flagrantes señaladas a Milwaukee por ninguna de sus rivales, Glenn Robinson sin acudir a la línea hasta el 5º partido), en una polémica que aún colea hoy día. Pero la historia nos dejó al demonio (30.5 puntos, 6.8 asistencias y 2.2 robos de balón, los promedios de Iverson en los 7 partidos) superando a la talentosa trinidad y disputando las primeras y únicas finales de su carrera.

La oscuridad derrotando a la luz, confirmando que no todas las buenas historias tienen final feliz.




Despertando a la bestia: Reggie Miller vs The New York Knicks


Hace algo más de un par de años, Mark Jackson (hoy entrenador de los Golden State Warriors) detallaba en una entrevista el que era su podio particular de los mejores escoltas de la historia de la NBA. Michael Jordan figuraba encaramado en el primer lugar del cajón, con Kobe Bryant a su lado. Hasta aquí nada extraordinario, una opinión bastante extendida entre los habitantes del planeta basket. Fue a la hora de designar el tercer lugar cuando la valoración subjetiva del ex base de Knicks y Pacers (entre otros) desencadenó el debate: el playmaker neoyorquino otorgaba ese honor a su ex-compañero Reggie Miller.


Varios nombres fueron lanzados sobre la mesa para enriquecer la discusión: Jerry West, Dwayne Wade, Allen Iverson, Ray Allen... El talento en el puesto de escolta ha sido y es inabarcable. Pero hay un factor decisivo para entender la opinión de Jackson: como ya hemos indicado, Mark compartió cancha con Miller, y pudo presenciar in-situ los milagros varios del tirador californiano y sus profanaciones varias de una pista en especial: el Madison Square Garden, catedral del basket mundial y hogar de los New York Knicks.


Jackson estaba allí aquel 7 de mayo de 1995, en el primer partido de las semifinales de la Conferencia Este entre Knicks y Pacers. También lo estaban Spike Lee, John Starks y el resto de la imaginería y equipo de los Knickerbockers, así como su parroquia en un Garden a rebosar. Pero, como previa al relato de ese milagro, conviene ponerse en antecedentes y retroceder en el tiempo un año antes (cuando el base aún no formaba parte del róster de los Pacers). Abrochémonos los cinturones y arranquemos el DeLorean...


Finales de la Conferencia Este, año 1994. Con Michael Jordan jugando al béisbol tras la primera de sus retiradas-interruptus, la Gran Manzana se halla en combustión ante la posibilidad de que sus Knicks se planten tras la larga espera en una final de la NBA. Los Indiana Pacers de Larry Brown resultan ser un importante escollo en el escalón previo, desatándose las hostilidades en una serie más parecida a una batalla campal entre dos equipos extremadamente agresivos en fase defensiva. Con la serie igualada a 2 y el clásico basket macarra del este imperando (palos volando por doquier), la ciudad de Nueva York se engalana de cara al 5º partido. Había nacido una rivalidad que sobrepasaba el plano deportivo, para extenderse al cultural e ideológico.




Los fans de los Knicks tratan de distraer al gélido Miller. Fuente: fansided.com


El público del Garden redobla su implicación para aturdir a los Pacers y a su estrella, un virtuoso del Trash-talk: Reginald Wayne Miller. El cineasta Spike Lee, dueño perenne de una butaca a pie de pista, no para de incordiar a un Miller especialmente fallón durante toda la velada, y los de Indiana entran en el último cuarto 58-70 abajo, sin demasiadas esperanzas de levantar el duelo. Al menos la mayor parte de ellos...


A esas alturas de la cita Reggie jugaba ya 2 partidos de baloncesto: uno frente a los New York Knicks, el otro frente a un Spike Lee tan charlatán como él mismo. Y en aquellos 12 minutos finales la capital de mundo presenciaría una exhibición insólita en una batalla de esa trascendencia.



Miller y Starks: rivales encarnizados. Fuente: nba.com


Indiana se entrega a su #31, que comienza a encadenar un triple tras otro ante la impotencia de un John Starks superado una y otra vez por su más odiado rival. Y, tras cada canastón, mirada, palabritas y gestos dedicados a Lee (incluido varios de mal gusto que llegan a escandalizar a la mujer del director). 34 puntos para los visitantes en ese último parcial, 25 de ellos producidos directamente por su escolta (para un total de 39 en su casillero particular). Una gloriosa explosión anotadora que se lleva por delante a la tropa de un alucinado Pat Riley: su escuadra, brutal e inmisericorde tal y como él la había concebido, era incapaz de detener a un Miller en combustión.



Los gestos de The Killer. Fuente: nyminute.com


Los periódicos neoyorquinos apuntarían hacia Spike Lee con su dedo acusador a la mañana siguiente, culpabilizándole directamente de la derrota por haber despertado a la bestia competitiva que anidaba en el interior de Reggie Miller. La realidad es que los Knicks se acabarían llevando la serie tras ganar los dos partidos siguientes por diferencias mínimas, pero la leyenda de The Killer en el Madison había ingresado ya con letras de oro en el libro de historia de la NBA. Y aquel sería el primero de los episodios...


http://www.youtube.com/watch?v=LDSF8otJH8Y




Un titán contra un equipo.


Originarios de la mitología griega, los titanes eran una raza de poderosos dioses que ostentaron el mando durante la legendaria Edad de Oro. Relacionados con conceptos primordiales (el Sol, la Luna, los océanos...), solo el más temerario de los mortales podía atreverse a desafiar a estos extraordinarios seres, con funestas consecuencias.


El 20 de diciembre de 2005, los amantes del baloncesto asistimos extasiados a una digna reencarnación del mito de los titanes en plena megalópolis californiana. Los Lakers de Phil Jackson se enfrentan a los Dallas Mavericks, en su lucha desesperada por clasificarse para los playoffs. La cita es de máxima dificultad para los angelinos, objetivamente muy inferiores a la tropa liderada por el alemán Dirk Nowitzki, pero ningún reto es imposible para el escolta de los californianos. La ilimitada voracidad de Kobe Bryant nos iba a regalar un tesoro inolvidable, días antes de la decepción anual de la lotería de Navidad.


Para ponderar correctamente la hazaña acaecida aquel día nada mejor que recordar la plantilla de aquel equipo de Dallas: junto al genial ala-pívot germano, el roster del coach Johnson contaba con Jason Terry, Josh Howard, Jerry Stackhouse, Devin Harris, Keith Van Horn, Erick Dampier, Darell Amstrong... Talento a raudales en todas las posiciones de la cancha.


Unos días antes Kobe había endosado ya 43 puntos a los Mavs en su propia guarida, por lo que se podría decir que Avery Johnson (el mítico Míster Bonobús de los Spurs campeones durante el primer lockout) había alertado convenientemente a sus chicos y llevado a cabo los ajustes necesarios, tras estudiar una y otra vez los vídeos. Pero cuando genios como el cañonero de Philadelphia entran en erupción poco o nada se puede hacer. Un titán con el #8 a la espalda se presentó sobre el parqué del Staples Center, para juguetear a su antojo con todo el equipo rival.



Bryant en acción, ante la impotencia de Marquis Daniels. Fuente: espn.go.com


La obra de arte de Bryant comienza con 15 puntos en el primer cuarto y 17 en el segundo. Festival total de reversos, tiros en suspensión, triples, entradas a canasta, tiros libres... Problema irresoluble para la defensa de Dallas. Suerte que Doug Christie (señalado con arma anti-Kobe durante su etapa en los Kings) fue cortado por los Mavs un mes antes: ese escarnio que se ahorró.


Pero aún estaba por llegar el tercer cuarto del duelo: la apoteosis total. Un Kobe poseído, teletransportado a esa zona mística de la que hablan los más grandes anotadores, endosa 30 puntos a sus rivales, en pleno parcial de 17-42 para los Lakers. Partido sentenciado al final de ese tercer periodo, con Bryant acumulando 62 puntos, por los 61 de todo el equipo tejano...


Con todo decidido, Jackson otorga descanso a su estrella en el último cuarto, desoyendo los cánticos del Staples solicitando el reingreso de su ídolo ("We want Kobe!"). Los Mavs aprovechan la situación para remontar 12 puntos de desventaja, pero acaban cayendo 112-90. La tarjeta del #8 se queda en esos 62 puntos en 33 minutos de juego, muy cerca de los míticos 2 puntos por minuto de Wilt Chamberlain, pionero de la casta de los titanes. "Lo intentamos todo, pusimos gente diferente sobre él y probamos distintas soluciones. Simplemente nos derrotó por su cuenta", declaraciones del coach de Dallas, gurú defensivo de la escuela de Popovich, impotente ante lo que acaba de presenciar. 


Un todopoderoso titán se había llevado por delante a todo un candidato claro al anillo de campeón, en una de las más grandes exhibiciones individuales de la historia de la NBA. 



Y al último cuarto, descansó.... Fuente: nba.com






Clases de baile


"Syrio says that a water dancer never falls"

George R.R Martin. A Game of Thrones.

La frenética evolución del baloncesto moderno está atropellando a los pívots clásicos. Los quintetos livianos, sin interiores a la vieja usanza y con jugadores sin posición claramente definida en cancha, huyendo del estatismo, han colocado a los Big Fellas al borde de la extinción, siendo ese baloncesto convertido en ganador por los Warriors de Kerr su meteorito particular.

Pero los que vivimos con intensidad la década de los 90 en la NBA no podemos olvidar aquellas luchas de gigantes que eran el pan de cada día, con poderosos gólems batiéndose en duelo por la supremacía. Permitidme que, invadido por la nostalgia, suba a mi Delorean particular para viajar hasta el año 1995, con el objetivo de revivir uno de esas míticas batallas.

Finales de la conferencia oeste. David Robinson llegaba con el M.V.P bajo el brazo (27.6 puntos, 10.8 rebotes y 3.2 tapones, sus alucinantes promedios), dispuesto a desafiar a los vigentes campeones y a su antagonista principal por el trono honorífico de mejor center de la NBA. Porque los rivales en aquellas WCF eran los erráticos Houston Rockets, en plena recuperación de sensaciones tras una irregular regular season (47 victorias), y su estelar pivote: Hakeem Olajuwon.

"El Almirante" llegaba en pleno apogeo físico y técnico, centrado en dar a los San Antonio Spurs la posibilidad de engarzarse su primer anillo de campeón, pero la serie acabaría convertida en una escabechina en la pintura. Mejor aún, en unas clases de baile particulares.

Arte en movimiento. Fuente: nba.com

27 puntos + 8 rebotes + 6 asistencias + 5 tapones en el 1er duelo (resuelto sobre la bocina por un Robert Horry que comenzaba a construir su fama de asesino letal en los playoffs); 41 puntos + 16 rebotes en el segundo; 43 puntos + 11 rebotes + 5 tapones en el tercero (perdido por los Rockets); 42 puntos + 9 rebotes + 8 asistencias + 5 tapones en el quinto; 39 puntos + 17 rebotes + 6 tapones en el sexto y definitivo. Con una combinación letal de belleza pura en los movimientos al poste, defensa y lectura privilegiada del juego, Hakeem destrozó a su rival para llevar a los Rockets a su segunda final consecutiva. La machada de imponerse en dos partidos fuera de casa (tras caer en los dos primeros en su guarida) resultaría del todo insuficiente, con la frustración grabada a fuego en las palabras de un derrotado Robinson ante los medios acreditados:

"Solve Hakeem?. You don´t solve Hakeem. I played him tough and he´s only human, he can´t score 40 points every game."

Olajuwon no anotó 40 en cada partido, pero no quedaría demasiado lejos: 35.3 puntos, 12.5 rebotes, 5 asistencias, 1.3 robos de balón y 4.2 tapones como promedios en la eliminatoria, una de las más gloriosas actuaciones individuales jamás vistas en postemporada. Un gigante desatado en ambos lados de la pista (44.9% de acierto en tiros de campo para Robinson, prueba del excelente trabajo defensivo de su rival), jugueteando a su antojo con el jugador más valioso de la temporada regular.

"Syrio says that every hurt is a lesson, and every lesson makes you better."

Robinson se vería obligado a esperar hasta el advenimiento de Tim Duncan para, en un papel de segundo espada y mentor del chaval prodigioso, lograr su primer anillo de campeón. Sin duda, aquellas lecciones de baile recibidas en pleno poste bajo le sirvieron de valiosa lección, tanto a él como a su prodigioso alumno llegado desde las Islas Vírgenes.




Bella y bestia es


Temporada 1979-80. El desgraciado accidente de bicicleta sufrido Jack Mckinney sacude las entrañas de los Lakers. En plena liga regular, la escuadra púrpura y oro necesita un nuevo coach con urgencia, y Paul Westhead acaba siendo el elegido. Para formar parte de su cuerpo técnico, Westhead reclama al broadcaster del equipo desde el año 77: el neoyorquino Pat Riley. El que fuera miembro del equipo campeón del 72 como jugador de rol secundario se reincorporaba de forma activa a la disciplina angelina.

El curso acabaría de la mejor manera posible, con anillo ganado frente a los Sixers de forma épica (inolvidable actuación de un Magic Johnson novato en el sexto partido, dominando en Philly y sustituyendo al lesionado Jabbar tanto en el puesto de pívot como en el rol de líder del grupo), pero los problemas no tardarían en reaparecer. Las presiones del propio Johnson colocaron entre la espada y la pared a Jerry Buss, y la decisión del dueño no se hizo esperar: Westhead destituido al 6º partido de la campaña 81-82. Magic se había cargado al coach, y la negativa de Jerry West (el elegido por Buss para hacerse con el timón) acabaría con Pat Riley asumiendo el cargo de entrenador jefe, con "The Logo" como ayudante. El resto es parte de la historia más brillante de la organización angelina: 5 anillos de campeón, adornados del baloncesto que exigía Johnson.

El inmortal Showtime.

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Magia y gomina. Fuente: nba.com

Un mago de 2.06 metros con una combinación de visión de juego y creatividad letal, que detonaba una ofensiva con la transición fulgurante por bandera. Jabbar, Worthy, Scott, Cooper, Green... nombre míticos para un ataque fastuoso y trepidante, tatuado a fuego en la identidad hollywoodense en plena recuperación de la vieja rivalidad compartida con los archienemigos Celtics. Glamour, sonrisas y anillos, con la impecable figura del tipo trajeado y engominado de pie en la banda del Forum.

Tras hacerse con el premio al entrenador del año en 1990, la derrota ante los Phoenix Suns en playoffs acabó por tornar en irrespirable el ambiente del vestuario que había sido campeón un par de años antes. Y la cuerda se rompería de nuevo por el extremo más débil, confirmando ese viejo axioma del deporte.

Riley hacía las maletas.

Trabajar no iba a ser un problema para un tipo con el carisma de nuestro protagonista, y la nueva oportunidad le encontraría ejerciendo de analista para la NBC. Tras una conversación mantenida con Pat, Rick Pitino mandaría el aviso a su amigo Stanley Jaffe, CEO de la Paramount y dueño del Madison Square Garden. Riley aceptaba de buen grado el estimulante desafío que constituía el equipo de su ciudad natal, los New York Knicks, y al productor de "Kramer vs Kramer" le faltó tiempo para activar los resortes necesarios...

En mayo de 1991 los Knicks presentaban en sociedad al ex-entrenador de los Lakers, pero el que esperara un modelo similar al triunfal Showtime se daría de bruces con el implacable muro del realismo. Riley era un animal baloncestístico, y sabía lo que tenía entre manos. "La NBA no es diversión, es un trabajo para nosotros"; "el objetivo de un entrenador es diseñar entrenamientos 3 veces más duros que los partidos"; "siempre tuve la mentalidad de un patea-culos"; "tenemos problemas ofensivos, por la falta de tiro desde el perímetro, pero también talento para defender y algunos tipos muy desagradables para el rival".

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Riley y un joven Jeff Van Gundy, en el banquillo de los Knicks. Fuente: globalgrind.com

Con Pat Ewing como ariete ofensivo, dos enforcers míticos en las figuras de Anthony Mason y Charles Oackley, y el volcánico y agresivo Starks alternando la de cal y la de arena, aquellos Knicks recuperaron la respetabilidad perdida encadenando 4 temporadas con más de 50 victorias, 2 títulos de división y una final de la NBA (perdida en 7 partidos ante los Houston Rockets de un enorme Olajuwon). Como muestra, un botón: en aquel curso 1993-94 los de Riley fueron la defensa más eficiente de toda la NBA (98.2 puntos encajados por cada 100 posesiones), jugando a 92.8 posesiones por partido. El tipo del Showtime había abrazado la ideología del cemento, sin perder un ápice de su aura de ganador patológico.

La suculenta oferta de los Miami Heat (40 millones de dólares y un 10% de la propiedad de la franquicia) resultó imposible de igualar para la gerencia de la Big Apple, y Riles cambió el rudo clima neoyorquino por el calor del sur de Florida. Pero su estela triunfal quedaba en los dos mercados más importantes de EEUU, edificada desde estilos antagónicos.

Bella y bestia reunidas en una sola figura engominada.





Reyes sin corona


"Y ahora tendrás que aceptar

que todo es diferente, la cruda realidad,

y que ahora ya la gente, no te mire al pasar,

y no sonría siempre, como antes, como siempre."


Deluxe - Bienvenido al final


9 años consecutivos sin un récord de victorias - derrotas igual o superior al 50%, entre desintegraciones, cambios de entrenador (caprichosos en alguno de los casos) y la inmadurez perenne de sus puntales en pista. Con la franquicia de la capital del estado de California inmersa en una oscura y larga reconstrucción, el presente del equipo dista mucho de aquellos brillantes fogonazos que deslumbraron al planeta basket a principios de la pasada década. Cualquier tiempo pasado fue mejor para los Reyes.


Montemos en nuestra particular máquina del tiempo para plantarnos en la temporada 2000/2001, en los albores del siglo XXI. Tras una regular season cifrada en 55 victorias (con la llegada de piezas clave como Doug Christie, Turkoglu o Bobby Jackson), los Kings avanzan hasta la segunda ronda de los playoffs para medirse a los poderosos Lakers de Phil Jackson, vigentes campeones de la NBA. Las portentosas exhibiciones de un Kobe Bryant en pleno éxtasis baloncestístico (sus 48 puntos y 16 rebotes del 4º partido son parte de la historia más brillante de las eliminatorias por el título) se llevaron por delante a los Kings, arrasados tras un tremendo e inesperado sweep. Expectativas desmoronadas y de vacaciones por la puerta de atrás.


La gran oportunidad del equipo llegaría el año siguiente, una campaña grabada a fuego en la memoria de los grandes aficionados al baloncesto. Con un quinteto formado por Mike Bibby en el puesto de base (en busca de la fiabilidad que el indómito Jason Williams nunca llegó a ofrecer), Doug Christie como escolta (especialista defensivo, no exento de capacidad ofensiva), Stojakovic de 3 (uno de los mejores tiradores de su era), Chris Webber como power-forward (anotador, reboteador y fenomenal pasador, un talento superlativo menguado por los problemas físicos) y Vlade Divac en el puesto de center (apoyados desde el banco por Jackson, Turkoglu y el currante Pollard), los Kings alcanzarían las 61 victorias. Temporadón para afrontar unos durísimos playoffs con las mayores garantías.


Superados sendos trámites ante Jazz y Mavericks, en las finales de la conferencia oeste esperaba de nuevo la némesis: los Lakers de Phil Jackson, en busca de un three-peat reservado únicamente a los equipos de leyenda. Y aquella serie sería una de las de más calidad competitiva que el que escribe ha tenido la suerte de disfrutar.


Webber y Bibby: la alegría del reino. Fuente: roundballdaily.com




Tuvimos absolutamente de todo: polémica arbitral, aquel infernal ambiente en el Arco Arena (con los míticos cencerros) y sobre todo excelentes partidos de baloncesto, batallas colosales entre dos escuadras en la cúspide de su desarrollo. Todos los duelos merecerían ser destacados, pero vamos a centrarnos en el que supuso a la postre el momento clave de la eliminatoria, el que lo cambiaría todo.



Los de púrpura y oro llegaron a estar muertos en aquel cuarto partido, con los Kings manejando rentas de hasta 24 puntos en la primera parte. Tras remar poco a poco para limar la desventaja (con una furibunda defensa como punto de partida), el orgullo del campeón daría a los Lakers la opción de empatar o ganar el partido en la última posesión. Sacramento 2-1 arriba en la serie y L.A 2 abajo en el choque: el Maestro Zen y sus huestes asomándose al abismo. Shaq y Kobe fallan sus opciones en los últimos segundos y la caprichosa pelota naranja sale despedida hacia la cabeza de la bombilla, tras el desesperado palmeo defensivo de Divac. Al alejar la bola de su aro, el pívot serbio la acercaba sin saberlo al rango de acción de uno de los mayores asesinos de la historia del baloncesto: Robert Horry se hallaba apostado en la parte frontal de la línea de 3 puntos, aguardando su oportunidad. El resto de la historia es ya conocida: daga letal, directa al corazón del rival. Big Shot Rob lo volvía a hacer...



Big Shot Rob: perdición de los magos. Fuente: fanpop.com


Sacramento lograría rehacerse para ganar el siguiente partido, pero el sino de la serie había virado sin remedio con aquel triplazo de Horry. La imparable hidra de dos cabezas que formaban Shaquille O´Neal y Kobe Bryant acabaría sentenciando la eliminatoria en el séptimo duelo, siguiendo una senda que culminaría en el mítico three-peat.

La gran oportunidad de los Kings se perdió, y con ella el anillo que el baloncesto les debía. Con todo, su emocionante apuesta por el ataque y aquellas bellas sinfonías de pases (lideradas por uno de los dúos interiores con más talento en esa suerte de la historia del juego) les harían inmortales. Su recuerdo permanece vivo, más aún entre los sufridos aficionados de la capital del estado californiano que, cuando ven a un trajeado Chris Webber ejerciendo sus nuevas labores de comentarista por el pabellón, no pueden evitar ser invadidos por la dulce nostalgia.

"Que fue de aquella sensación que parecía interminable,
se ha convertido en un recuerdo más."



Divac vs Shaq: alto voltaje dentro y fuera de la cancha. Fuente: lakersnation.com


Derrotando al invencible

18 de mayo de 1995. United Center de Chicago. Ante 24.332 enfervorecidos fieles, los Bulls buscan la victoria para forzar el séptimo partido en Orlando ante los pujantes Magic del dúo O´Neal - Hardaway, con Jordan tratando de encontrar su pico de forma tras regresar de aquella primera retirada interruptus. El rodaje de los 17 partidos de regular season y la serie previa de 1ª ronda ante los Hornets (resuelta en 4) habían permitido a Mike firmar maravillas como los 38 puntos + 7 rebotes de la victoria fuera de casa en la segunda cita o los 40 puntos + 7 rebotes de la derrota casera en la tercera. Pero nada de aquello valdría de cara al sexto duelo, un elimination game de los que tanto nos gustan, esencia pura de los playoffs. Win or Go Home.


Jordan vs Shaq. Fuente: nba.com

Un triplazo de B.J Amstrong a 3:27 del final colocaba a Chicago 94-102 arriba, culminando el parcial favorable de 11-3. Air (24 puntos, con una mejorable serie de 8/19 en tiros de campo) había encontrado la inestimable ayuda de un inspirado Pippen (26 puntos, 12 rebotes y 6 asistencias, en una de sus habituales exhibiciones de fundamentos), y los Bulls pensaban ya en la decisiva batalla que aguardaba en la soleada Florida. Craso error...

Orlando reencontró su defensa y cortocircuitó un ataque liderado por uno de los más grandes cañoneros de la historia de nuestro juego. 3 minutos y 24 segundos duraría la sequía de los Toros, justo el tiempo que restaba para el final de partido. En plena remontada de los Magic, al airball de Jordan (acosado por la defensa de Anderson) le seguiría un lanzamiento convertido por el propio Nick desde media distancia que ponía a los visitantes por delante a 42.8 segundos del cierre. 103-102. Golpe de gracia para unos Bulls incapaces de levantarse de la lona tras el brutal gancho  encajado, directo al mentón.


Anderson, perro de presa incansable para Mike. Fuente: espn.go.com

108-102 el resultado final (hiriente parcial de 14-0 a favor de Orlando), con Jordan experimentando frustraciones olvidadas desde aquellas salvajes series ante los Bad Boys de Detroit. Comenzaban las vacaciones anticipadas para el que volvería a ser #23 (cerrando esa mini etapa con el 45, que acabaría en el segundo duelo de aquellas semifinales de conferencia), un verano de trabajo fanático en pos de volver a dominar la liga con puño con hierro.



We Believe... In B-Diddy

Con Stephen Curry liderando a los mejores Warriors de la historia de la franquicia e imponiéndose en la votación para el MVP de la regular season, el que escribe encuentra imposible no retrotraerse al reinado en Oackland de sus jugadores NBA favoritos: un espectacular base que nunca dejó indiferente a nadie (ni dentro ni fuera de las canchas), y al que una mezcla de desidia e irregularidad impidió alcanzar cotas mayores de grandeza. 



Davis, ídolo en Oackland... Fuente: nytimes.com


Desde su llegada a la NBA siempre fue fácil ver en Davis un playmaker diferente. En su primer año profesional no pasa de jugador de refresco (18 minutos por partido), pero ya en su segunda temporada explota y se hace con el puesto de playmaker de los Charlotte Hornets, a los que lidera desde su pasión y agresividad. Con Mashburn al lado, Davis promedia 13.8 puntos, 5 rebotes, 7.3 asistencias y 2.1 robos, entrando en el selecto club de bases totales junto al eterno Jason Kidd. Pero por si fuera poco, y para embellecer su all-around game, Baron asombra a la liga con un catálogo de mates brutales (producto de un físico privilegiado) que le llevan a rivalizar con Steve Francis por la corona de mejor base volador de la competición.


Durante su trayectoria en los Charlotte-New Orleans Hornets, Davis deja enormes temporadas (como la 2003/2004, en la que se va a 22.9 puntos, 7.5 asistencias y 2.4 robos de balón por partido), 2 nominaciones al All Star, emocionantes aventuras en los playoffs (con las semifinales de conferencia como tope) y alguna lesión de gravedad, fruto de ciertos descuidos en su preparación que derivaban en sobrepesos puntuales. Sin embargo, lo más impactante del show estaba aún por llegar....


En mitad de la temporada 2004/2005  B-Diddy es traspasado a los Golden State Warriors, regresando así a su California natal. Tras año y medio de buen rendimiento individual pero escaso éxito colectivo, Don Nelson llega a la franquicia junto a su salvaje sistema de juego, el célebre run&gun: una forma de entender el baloncesto con el ataque como piedra filosofal. Las ideas de Nelson transforman a los Warriors en un parque de atracciones de rapidísimas transiciones ofensivas, con los pívots corriendo la pista y los ala-pívots apostados detrás de la línea de 3 puntos. El entorno ideal para Baron Davis, que pese a las lesiones se va a 20.1 puntos y 8.1 asistencias y lidera al equipo a los playoffs del Oeste. Allí esperaba el mejor equipo de la liga, unos Dallas Mavericks con 67 victorias y el MVP para Nowitzki ya en el zurrón. 


Aquella serie de 1ª ronda ha quedado grabada a fuego en la memoria de todos los privilegiados que gozamos del inmenso placer de seguirla en su día. Los chicos de Nelson llegaban a la cita como carneros rituales de unos Mavs que había ganado la friolera de 25 partidos más que ellos en regular season, pero el factor cancha cimentado en esa morterada de triunfos saltaría por los aires a las primeras de cambio. El American Airlines Arena abría las hostilidades el 22 de abril, y el público que llenaba hasta la bandera el recinto tejano asistiría alucinado a la exhibición brutal de un Baron Davis pletórico (33 puntos, 14 rebotes, 8 asistencias, 3 robos de balón), dueño absoluto del partido. Profanación visitante, 97-85.


La victoria de Dallas en el segundo partido (con 22 puntos + 11 rebotes de Josh Howard y Dirk aún fuera de onda) llevaba la serie a la Bahía igualada a 1, y el Oracle albergaría el Miracle. Al amparo de hordas de entregados fans entonando el grito de We Believe (reforzado con las célebres pancartas), Golden State derrotaría a sus aterrorizados rivales 91-109 (30 puntos de Jason Richardson y 24 de Davis) y 99-103 (33 puntos+8 rebotes de B-Diddy, incluido un triple milagroso desde el centro del campo sobre la bocina del descanso), colocando el 3-1 en la eliminatoria. Los Mavericks devolverían la serie a duras penas a California (victoria 112-118 en el quinto, con Nowitzki al fin en su nivel), para ser ridiculizados en el sexto partido de vuelta en el Oracle Arena. Masacrados por 25 puntos de diferencia e incapaces de seguir el salvaje ritmo del rival (86-111, con 33 puntos de Captain Jack, 20 puntos+10 rebotes de Davis y 16 puntos+11 rebotes+7 asistencias de Matt Barnes), los líderes del oeste se iban de vacaciones prematuramente entre virulentas críticas. El milagro se había consumado.



El Oracle se engalana para la cita. Fuente: grantland.com


Los Warrios caerían derrotados en la siguiente ronda, tras una gran serie ante los Utah Jazz (con un monstruoso mate de Baron en la cara de Kirilenko para el recuerdo, ver el enlace bajo la foto), pero el equipo había pasado ya a la historia y se había hecho un hueco eterno en los corazones de muchos aficionados al deporte de la canasta.



Davis posterizando a Kirilenko. Fuente:nba.com



La temporada siguiente la escuadra repite campañón, pero las 48 victorias no les llegarían para entrar en los playoffs en una inmisericorde conferencia oeste. Durante el año surgen fricciones entre Don Nelson y B-Diddy que acaban con el traspaso del base a los Ángeles Clippers, tumba deportiva para casi cualquier jugador en aquellos tiempos. Jugando para el hermano pobre de Los Ángeles, el talento de Davis asomaría a cuentagotas (sobre todo en sus últimos partidos junto al novato Blake Griffin), pero su motivación desaparece entre derrotas y problemas con el propietario Sterling. Más allá del basket, nuestro protagonista encuentra nuevos horizontes mostrando al mundo las miserias de los barrios marginales de L.A mediante entrevistas y un gran documental estrenado en 2008 en el Festival de Sundance.


La maldita rodilla retiró a Baron en su última aventura con los Knicks (previa parada en Cleveland), pero su legión de fanáticos seguiremos siempre a pies puntillas la religión que los fans de Golden State crearon durante aquellas noche primaverales de 2007: we believe...in B-Diddy!



De charla con Adam Sandler. Fuente: thegoodpoint.com



Miller silencia a la Gran Manzana


El asesino celebra su milagro. Fuente: nba.com

No es ninguna novedad que el que escribe encuentra fascinante a la franquicia de los Knickerbockers, así como su santuario, el mítico Madison Square Garden. Y precisamente en el legendario recinto y contra los (mis) Knicks tendría lugar la hazaña de playoffs a la que hoy haremos referencia, una de las más espectaculares de la historia del baloncesto.


Año 1995. Semifinales de la Conferencia Este. Tras pasar el primer corte, New York Knicks (sufriendo y mucho ante el esfuerzo coral de los Cleveland Cavaliers de Mike Fratello y Mark Price) e Indiana Pacers cruzan sus caminos, con ventaja de campo para los neoyorquinos. Marc Jackson, emblemático base nacido en la Gran Manzana y ex-jugador de los Knicks, dirige el juego de los Pacers. Pero la atención del Madison no se centra en el playmaker del equipo de Larry Brown...... sudores fríos bajan por la frente de Pat Riley, Spike Lee y todos los fans cuando el speaker anuncia al escolta rival. El nº 31 de los invasores, el tipo que les había endosado 25 puntos en el último cuarto del 5º partido un año antes.


Tras los abucheos e improperios de la parroquia se esconde el temor y respeto reverencial a un jugador estelar, que ha nacido para los momentos de tensión, para las grandes citas, para los mejores escenarios. Reginald Wayne Miller.


Los Knicks de Ewing y Starks parecen tener el partido bajo control: 105-99 arriba, a falta de 18.7 segundos para el final del duelo. El partidazo del pívot holandés Rik Smits no basta a los Pacers, con Miller en 23 puntos y una discreta tarjeta de 5 de 16 en tiros de campo, buscándose la vida a base de tiros libres. Pero al final de la noche la leyenda de The Killer registraría un episodio más en sus brillantes páginas. De los casi 19 segundos restantes, a Reggie le iban a sobrar 10....

Reggie vs Starks, duelo clásico de los 90. Fuente: nytimes.com

Triple. Robo de balón en el saque de los Knicks tras la canasta. Otro triple. Partido empatado. La alucinante secuencia deja a los de Pat Riley en estado de shock, y dos tiros libres más de Miller cierran la asombrosa victoria final a los Pacers 105-107. Nadie en el Garden es capaz de asimilar lo que ha vivido, mientras el #31 abandona el mítico recinto como tantas otras veces. El Enemigo Público Nº 1 de la capital del mundo lo había vuelto a hacer, otra muesca más para The Killer.


http://www.youtube.com/watch?v=Cz8g6O85j4Y&feature=related







Reescribiendo la historia

El baloncesto es un deporte de equipo. Un jugador bendecido necesitará de sus compañeros para alcanzar la gloria. No hay nada más bello que ver el balón volar, pasando de mano en mano con los 5 jugadores en cancha participando de una bella y sincronizada sinfonía.
Innumerables ejemplos contrastan la veracidad de las 3 sentencias anteriores. Los años de lucha individual de Jordan, hasta que la confianza creciente en sus compañeros le abrió las puertas del Olimpo en 6 ocasiones. El juego imperecedero de equipos como los Knicks campeones de Red Holzman, los Lakers del Showtime o los Spurs del curso pasado. Todos ellos fenómenos que arrojan una verdad incontestable: es mucho más difícil descabezar a una hidra de incontables cabezas que a un león con una sola testa.
Con todo, es inevitable experimentar esa fascinación ante las grandes exhibiciones individuales que nos regala el deporte. Atletas superdotados física y técnicamente que se disfrazan de superhéroes para tratar de imponer su ley en solitario. Chamberlain, West, Baylor, Barry, Maravich, Jordan, Iverson... todos los grandes cañoneros de siempre tienen sus obras de arte colgadas en la galería de los recuerdos imperecederos. El gigante de Philadelphia copaba el Top 3 de mayores anotaciones individuales con 2 avalanchas clásicas, incluidos los inalcanzables 100 puntos de 1962 ante los New York Knicks. David Thompson se colaba con sus 73 puntos entre las monstruosidades varias perpetradas por Wilt en la década de los 60. Así llegábamos al 22 de enero de 2006, velada en la que los Toronto Raptors rendían visita a los Lakers en el Staples Center angelino.
Smush & Kwame, dos de los ilustres integrantes de aquellos Lakers 2005/06. Fuente bleacherreport.net
Smush Parker, Lamar Odom, Kwame Brown y Chris Mihm acompañaban a Kobe Bryant en el quinteto inicial. Devean George, Sasha Vujacic, Luke Walton y Brian Cook conformaban la 2ª unidad de aquellos mediocres Lakers, que luchaban por meterse en los playoffs tras totalizar 34 tristes triunfos en el curso 2004/05. Y el talento de Bryant era el único asidero real al que podían agarrarse, si de veras pretendían acercarse al objetivo.
En ese mismo mes de enero, el escolta de los de púrpura y oro había endosado ya 51 puntos a los Sacramento Kings, 41 a los Portland Trail Blazers, 45 a los Indiana Pacers, 50 a los vecinos Clippers y 48 a los Philadelphia 76ers, para engordar las proezas de meses anteriores. Liderados por Mike James y Chris Bosh, los Raptors se marcharon al descanso dominando el partido 63-49, renta que ampliarían a los 18 puntos a inicios del tercer cuarto. Justo ahí llegaría el punto de la noche en el que Kobe decidió que había visto suficiente.
Rose, tratando de impedir lo inevitable. Fuente: sports.yahoo.com
51 puntos anotaría el #8 angelino desde ese instante (55 en el total de la segunda parte). De los 42 puntos de los Lakers en el tercer cuarto, 27 llegaron de manos de su escolta. De los 31 producidos por el equipo en el último periodo, 28 brotaron directamente de su capitán. Los 18 puntos de desventaja acabarían en victoria por esa misma renta (104-122), gracias a la segunda anotación individual más alta de la historia de la NBA. 
81 puntos (28/46 en tiros de campo-incluyendo un 7/13 en triples-,18/20 en tiros libres). Un mago en éxtasis, castigando el aro rival una y otra vez y avasallando a todo un equipo armado de un alud de talento y un enfermizo deseo por la victoria. 
"It was another level. I´ve seen some remarkable games, but I´ve never seen one like that before." Declaraciones de Phil Jackson, antiguo entrenador de Michael Jordan, pasmado ante la brillante violación de su Triángulo Ofensivo. 
"We tried three or four guys on him, but it seemed like nobody guarded him tonight.". Impresiones desde el impotente bando rival, personificadas en Bosh.
Todos recordamos con precisión milimétrica el lugar en el que vimos (en directo o en diferido) aquella joya de inicios de 2006. No es para menos: aquel día, desde nuestro sofá, estábamos presenciando historia del deporte. En movimiento.
El héroe se retira, entre los vítores del coliseo. Fuente: nba.com



American Idol


"Le he dicho a Kobe que es mi ídolo, lo digo en serio, ha jugado fenomenal. Creo que es sin duda el mejor jugador de la liga".



Fear the Fro. Fuente: nba.com



La cita con la que comenzamos esta entrada ya sería destacable con independencia de la identidad de su autor. Si además añadimos el hecho de que fue Shaquille O´Neal (cuya relación con Bryant no pasaba ni mucho menos por su mejor momento, en plena y encarnizada lucha por el mando de los Lakers y por el cetro individual de la NBA) el tipo que la enunció, su valía se incrementa exponencialmente a la hora de definir la gesta del escolta nacido en Philadelphia en aquel partido de los playoffs de 2001. Si sumamos al cóctel que el rival de los californianos aquel día eran ni más ni menos que los San Antonio Spurs de Tim Duncan, el halo de momento histórico de postemporada enmarcará para siempre la exhibición del entonces #8 angelino.


Los Lakers de Phil Jackson habían sufrido un convulso transitar por la temporada regular, tras ganar su primer anillo desde los tiempos de Magic Johnson y su Showtime. La guerra por la supremacía entre el guard y el center del equipo venía enrareciendo el ambiente en la tropa ya desde la pretemporada hawaiana, con Bryant criticando abiertamente el pésimo estado de forma de O´Neal tras el periodo estival y saltándose los sistemas en busca de dar rienda suelta a su exhuberante arsenal anotador. El récord final de 56 victorias y 26 derrotas imponía enfrentarse a equipos como el tejano con el factor cancha en contra.


El rendimiento de las huestes del Zen se elevaría en la jungla de los POs y, tras aplastar a Blazers y Kings, el rodillo californiano se cruzaba con unos confiados Spurs en la final de la conferencia oeste. Razones tenían los marines de Popovich para anticipar el desastre que se les avecinaba: Bryant había promediado 37.7 puntos por partido en los partidos de regular season entre ambas escuadras, castigando sin piedad a una de las mejores defensas grupales de la competición.


En el choque anterior el escolta había endosado ya 48 puntos y 16 rebotes a los Sacramento Kings, y su inspiración tendría continuidad en el primer duelo de la serie, haciendo saltar por los aires la ventaja de campo de los del Álamo. Festival total de fade-aways, lanzamientos en rectificado e invasiones imparables de una zona patrullada por Tim Duncan y David Robinson, dos de los mejores intimidadores interiores de la historia del juego. Los 36.068 aficionados presentes en el colosal Alamodome no pudieron más que presenciar el impecable trabajo en defensa de los Lakers y las furiosas e imparables acometidas de Bryant en ataque. Ninguna opción para su equipo, más allá de una pequeña reacción que les acercó a 9 puntos de los visitantes a falta de 5 minutos para el final, aprovechando una pájara fugaz de los de púrpura y oro. 


104-90 el resultado final a favor de los hollywoodenses, con 45 puntos y 10 rebotes en el casillero de Kobe. 93 puntos totales en dos partidos consecutivos de las eliminatorias por el título, brutalidad nunca vista desde tiempos de Michael Jordan.


"Es el Nº23, podéis escribirlo, sé perfectamente lo que digo". Declaraciones de Horace Grant, el que fuera compañero de Jordan en los Chicago Bulls, tratando de explicar a los medios sus sensaciones ante la obra maestra de su compañero. Más allá de comparaciones absurdas e innecesarias, con noches como aquella del 19 de mayo de 2001 ha ido edificando Bryant su leyenda, la de uno de los mayores talentos de la historia de nuestro deporte. Un genio que, 13 años después, sigue castigando los aros rivales sin piedad...




Shaq&Kobe, el combo dominador. Fuente: bleacherreport.net





El viejo león humilla al aspirante


Su Majestad Del Aire, dominador absoluto de toda una era. Fuente: nba.com

Verano de 1995. Tras caer eliminado en las semifinales del este ante los Orlando Magic de Shaquille O´Neal y Penny Hardaway (en su vuelta a las canchas tras su primera retirada), Michael Jordan recupera definitivamente su #23 de siempre y dedica el periodo estival a trabajar sin descanso, explorando sus límites físicos, siempre alimentado por ese eterno orgullo de campeón. El resto de la liga había vislumbrado la debilidad en el caníbal que les había atormentado tantas veces, y las bravuconadas se sucedían entre los rivales de Air. Especialmente curiosa resultó la que será el leitmotiv de este artículo.

En aquella temporada 1995/96 aterrizaba en la liga Jerry Stackhouse, seleccionado por los Sixers de Philadelphia en la tercera posición del draft. Escolta, anotador,1.98, North Carolina: todos los ingredientes necesarios para ser considerado el enésimo sucesor de Jordan. Aquellos comentarios envalentonaron al rookie, que comenzó a fanfarronear acerca de su superioridad sobre Michael durante las prácticas de verano a las que fue invitado por Su Majestad Del Aire. Jordan escuchó detenidamente las declaraciones de Stack, y aguardó el momento de saldar cuentas...

Resultó que también Vernon Maxwell (extraordinario defensor y antiguo enemigo de Mike) figuraba en el roster de aquel equipo de Philly, así que Jordan podría matar dos pájaros de un tiro. Y así fueron cayendo hojas del calendario hasta el 13 de enero de 1996. Los que compartían el vestuario de los Bulls minutos antes del inicio del duelo cuentan que el #23 parecía un león enjaulado, deseando saltar la pista y responder al desafío.

El joven Stackhouse no tuvo tiempo de arrepentirse de sus rumbosos comentarios. Jordan fue a por él y a por Maxwell desde el primer minuto, humillándoles tanto en fase defensiva como en fase ofensiva. La agresividad del escolta de Chicago dejó a Stack en 13 puntos, con un flojo 4/11 en tiros de campo. Y qué decir de Mad-Max, que acabó la noche con 4 puntos anotados, en una pírrica serie de 1 acierto en 8 intentos. Pero lo verdaderamente grandioso llegaría con la exhibición en ataque de Air: 48 puntos y 10 rebotes en 34 minutos de juego, con una fantástica tarjeta de 18/28 en tiros de campo (incluyendo un 5/7 en triples y un 7/7 en tiros libres). Con los Sixers vapuleados ya al final del tercer cuarto, Jordan se sentó en el banquillo con hielo en sus rodillas, para no jugar un solo minuto del último parcial. El descanso del guerrero victorioso, una página del libro de agravios arrancada.

Humillados en su propia cancha, los de la ciudad del amor fraternal acabaron cayendo por 27 puntos, mientras los Toros proseguían su rumbo hacia la mejor regular season de la historia de la NBA. Y Jordan acabaría el día con dos cadáveres más en su taquilla...



El joven Stackhouse, víctima de Mike. Fuente: connhome.com



Carreteras secundarias. Parte II


Abandonábamos nuestra historia con Tracy McGrady saliendo de Orlando en el verano de 2004, frustrado ante un proyecto llamado a hacer historia que acabó desintegrado por las lesiones. Con todo, el futuro volvía a presentarse apasionante para el escolta-alero: en Houston le daba la bienvenida el gigante chino Yao Ming, preparado para formar con él una versión moderna del clásico dúo dominador estrella exterior - estrella interior. El amanecer llegaba, adornado de nuevo con promesas de gloria. 

La primera temporada de Tracy en la franquicia no llevó sino a consolidar las expectativas generadas. Liderando una plantilla sobrada de talento (con Jimmy Jackson, Mike James, David Wesley, Bob Sura y Juwan Howard acompañando al combo estelar), los Rockets firmarían 51 victorias en la liga regular, forzando el séptimo partido en la eliminatoria de primera ronda ante los eternos San Antonio Spurs. A casa a las primeras de cambio, pero con la sensación de que algo grande se estaba cociendo en la ciudad de la Nasa.

De nuevo T-Mac transitanto por la senda de la gloria. De nuevo el destino en acción, para obligarle a abandonarla.

En la campaña 2005/2006 las lesiones arrasarían con los dos líderes del roster tejano. McGrady limitado a 47 partidos a causa de unos dolorosos espasmos en la espalda que ya nunca le abandonarían, el gigante chino participando únicamente en 57 duelos. Los diezmados Rockets, con un destacado Rafer Alston pero huérfanos de liderazgo, no llegarían ni a clasificarse para los playoffs


La espalda castiga al cañonero. Fuente: espn.go.com

Las cosas no mejorarían en el curso siguiente. La espalda volvía a dar problemas a T-Mac desde el inicio, viéndose obligado a hipotecar sus esperanzas a un novedoso tratamiento denominado Synergy Release Therapy. El invento funcionaría en cierto modo, permitiendo al jugador tomar parte de 71 partidos a buen nivel, pero el propio Tracy confesaría con cierto tono sombrío que ya nunca volvería a ser el jugador que fue, obligado a afrontar una reinvención en base a sus nuevas limitaciones físicas. Con todo, los 25 puntos y 6.5 asistencias por partido del nuevo y menos explosivo McGrady hallarían un nuevo e importante escollo en el camino, uno de 2.26 metros ni más ni menos: la tibia derecha de Yao Ming se destrozaba en una partido contra los Clippers. Dura prueba para los Rockets y para su caudillo, solventada espectacularmente hasta alcanzar las 52 victorias totales.

De nuevo la primera ronda de postemporada, hito insalvable para T-Mac. Derrota, esta vez antes los Utah Jazz y tras ir dominando 2-0 la serie. El equipo se disolvía como un azucarillo, para irse de vacaciones de nuevo antes de tiempo.

Aún restarían 3 campañas más en Texas para un Tracy ya en plena cuesta abajo, sin freno posible. La 2008/2009 sería seguramente la más dura para el jugador en el plano psicológico, con los Rockets avanzando hasta la segunda ronda de los playoffs sin su concurso (operado tras el parón del All Star, sin consentimiento expreso de la franquicia). Ver desde el salón de casa a su equipo eliminando a Portland y batallando hasta el séptimo envite contra los Lakers de Kobe y Pau (que se proclamarían campeones) tuvo que ser un trago muy difícil para nuestro protagonista, incapaz de superar esa primera estación hasta entonces. 

El periplo tejano se cerraría con un traspaso a los New York Knicks tras 6 partidos de la temporada 2009/2010, convertido ya en un jugador de relleno alejado de cualquier rol protagonista.

De nuevo las lesiones vulgarizando a un genio irrepetible y volatilizando un ilusionante equipo llamado a reinar. Con las 22 victorias consecutivas de su 3ª campaña y los míticos 13 puntos en 35 segundos ante San Antonio en la maleta de los recuerdos, T-Mac iniciaba el último stage de su trayectoria, como jugador de rotación y tratando de identificar el momento exacto de su vida en que había soliviantado al destino, para ser merecedor de su ira...


Yao & T-Mac: lo que pudo ser y no fue. Fuente: thedreamshake.com







Carreteras secundarias. Parte I


Proyectos creados para ganar que acaban desviándose del camino, descarrilando ante jugarretas varias del destino. La historia del deporte está trufada de ejemplos de estos fenómenos, y en dos de los más recientes encontramos a un mismo protagonista. El destino en su versión baloncestística le debe dos a Tracy McGrady, y el recientemente retirado nativo de Florida no podrá cobrárselas ya.


Verano del año 2000. Uno de los mercados de agentes libres más espectaculares de la historia de la liga se halla en plena ebullición. Tim Duncan, Grant Hill, Reggie Miller, Jalen Rose, Eddie Jones, Tim Hardaway, Rashard Lewis, Cuttino Mobley, Glen Rice, Austin Croshere, Tim Thomas, Toni Kukoc... todos ellos buscando destino en unos meses frenéticos, con las franquicias inmersas en negociaciones varias para las que llevaban mucho tiempo preparándose. Los Orlando Magic, tras una sorprendente temporada (en el debut en los banquillos de Glenn "Doc" Rivers), acabarían como uno de los grandes triunfadores del mercadeo. El espacio creado en la masa salarial y las labores de cortejo habían surtido efecto y, pese a que Duncan no picó el anzuelo, si lo harían Grant Hill y Tracy McGrady. Dúo de relumbrón en la ciudad de Disney.



Susurros de grandeza en la franquicia mágica... Fuente: orlandosentinel.com


Hill llegaba como indiscutible cabeza visible del proyecto. Inmerso en las eternas comparaciones con Michael Jordan, el alero de Texas había firmado 25.8 puntos, 6.6 rebotes y 5.2 asistencias en su última campaña con los Pistons, guinda a una gran trayectoria de 6 años en la Mo-Town. Recuperado de la lesión sufrida en aquellos playoffs de 2000, el jugador de exquisitas maneras era una de las estrellas más rutilantes de aquella NBA y su sociedad con un T-Mac hambriento de gloria prometía grandes emociones en Orlando. 


El primo de Carter, cansado de vivir a la sombra de Vinsanity en Toronto (y de liderar la segunda unidad de aquellos Raptors), aceptó sin dudarlo el generoso contrato de la franquicia de Florida para colmar sus ansias de fama y protagonismo. Nadie podría prever en aquellos días felices que el destino aguardaba en una esquina, preparado para truncar la primera gran oportunidad de Tracy...


Hill no había disputado menos 70 partidos en liga regular nunca en su carrera (sin contar los 50 de la campaña del lock out, que disputó en su totalidad), pero aquel curso 2000/2001 sería el pistoletazo de salida para su terrible e íntima relación con las lesiones que a punto estaría incluso de arrebatarle la vida años después, en una de las infinitas intervenciones quirúrgicas. 4 partidos jugados en la campaña 2000/2001, 14 en la 2001/2002, 29 en la 2002/2003, en blanco la 2003/2004. Una carrera estelar arruinada por su tobillo de cristal y reinventada años más tarde en una dulce madurez.


Privado del soporte de su compañero, T-Mac se vería obligado obligado a tirar del carro en solitario rodeado de los actores secundarios fichados en origen para ayudar a los dos capos. Aquellas campañas en Florida nos regalaron la explosión espectacular de un McGrady fijo entre los mejores anotadores de la liga (líder en puntos por partido en la 2002-2003 y en la 2003/2004). Exhibiciones continuas de talento, con sus indescifrables recursos de cañonero castigando las defensas rivales pero sin vuelo más allá de la primera ronda de los playoffs. McGrady era súper estrella, pero no protagonista en los momentos decisivos de la batalla por el anillo. 


En verano de 2004 el jugador decide abandonar un barco encallado, para volver a la senda de la gloria en un atractivo proyecto con los Houston Rockets del chino Yao Ming. Pero esa será otra historia...




Una losa de lesiones y derrotas acabarían con el sueño. Fuente: magicbasketball.net





El Hijo del Ghetto conquista Hollywood.


Playoffs del año 2001, albores del S XXI. Tras unas batallas memorables en la Conferencia Este (derrotando en sendos séptimos partidos a los Raptors de un Vince Carter en apogeo y a los Bucks del Big Three Allen-Robinson-Cassell), los Sixers de Philadelphia se plantan en la finalísima de la NBA por primera vez desde que el fantástico equipo liderado por Moses Malone (con el Doctor J y Andrew Toney como brillantes lugartenientes) ganara el anillo en 1983. 


Para la escuadra de Larry Brown (entrenador del año), Allen Iverson (MVP y máximo anotador de la temporada), Dikembe Mutombo (con el premio a mejor jugador defensivo bajo su gigantesco brazo) y Aaron Mckie (mejor sexto hombre) la aventura podía considerarse ya un éxito rotundo, independientemente del resultado final. En el último escalón volverían a encontrarse a los todopoderosos Lakers (al igual que en 1983), encarnados esta vez en un terrorífico monstruo bicéfalo.



 El genio y su tesoro. Fuente: nappyafro.com


Aquel equipo, con Phil Jackson en el banco y el combo O´Neal - Bryant en pista, gobernaba la liga con mano de hierro en busca de su segundo título consecutivo. 11 victorias - 0 derrotas, su bagaje en las eliminatorias de la conferencia oeste: números de leyenda para un adversario formidable.


La tropa de Philly se presenta el 6 de junio en el galáctico Staples Center como víctima propiciatoria, listos en apariencia para ser sacrificados en el altar angelino. El maestro Zen detecta una peligrosa relajación recorriendo su roster durante la previa y focaliza esfuerzos en preparar concienzudamente la defensa sobre Iverson (con Tyronn Lue interpretando el rol del #3 de los Sixers en las sesiones de entrenamiento). Pero los de amarillo y púrpura no podían anticipar lo que se les venía encima, y una de las máximas del baloncesto se confirmaría una vez más: en nuestro santo juego existen jugadores especiales, genios creativos que, una vez hallan a sus musas, se tornan en diablos indefendibles...


Iverson anota 30 puntos en los dos primeros cuartos del partido, para recuperar un terrible parcial inicial de 21-9 en contra de Philadelphia. Jackson encomienda a Lue la misión de ejercer como perro de presa e incomodar a The Answer constantemente, pero el diminuto escolta se zafa de su defensor una y otra vez con una gloriosa colección de fulgurantes primeros pasos, diabólicos crossovers e increíbles finalizaciones en la zona local. Los Lakers, sin respuesta ante las furibundas acometidas del point guard, se mantienen en el partido gracias al dominio de O´Neal (con Bryant errático en sus lanzamientos).


Pese a alcanzar una ventaja de hasta 15 puntos durante el tercer cuarto, los Sixers no lograrían detener la devastación iniciada por Shaquille, con Lue minimizando al fin el impacto de Iverson (3 puntos anotados en el último cuarto). Choque igualado al final del tiempo reglamentario. Prórroga.


Y en el tiempo extra llegaría la culminación del milagro, con Iverson firmando su obra maestra: 7 puntos del escolta (incluyendo el triple letal que afianza la ventaja) para un total de 48, 5 robos de balón y 6 asistencias. Ni Lue, ni Fox, ni Bryant: nadie lograría contener el caudal ofensivo del crack de Virginia, dominador absoluto del duelo desde su atalaya de 1.83 metros. De nada habían servido los 44 puntos y 20 rebotes de Shaq (jugueteando con Mutombo).


En contra de cualquier pronóstico racional el equipo de Larry Brown se adelantaba en la serie, estrenando de paso el casillero de derrotas en POs de los faraónicos Lakers. Y es que a la razón no le quedó otra que doblegarse aquel día ante la pasión y el enorme corazón de Allen Ezail Iverson.





A-I vs Kobe: Star Wars. Fuente: nba.com





Despertando a la bestia: Reggie Miller vs The New York Knicks. Part II


Pese a los prodigios narrados en el capítulo anterior (abajo, para más señas), lo cierto es que fueron los Knicks quienes disputaron las finales de 1994 (llevando a los Rockets de un imparable Olajuwon al límite, para acabar cediendo en el séptimo partido). Para cuando los Pacers volvieron a la Gran Manzana en playoffs, con motivo de las semifinales de conferencia del curso siguiente, todos los aficionados al baloncesto de la capital del mundo se encargaron de recordar tal hecho a su más odiado y temido rival. Spike Lee en cambio andaba más comedido de lo habitual, agazapado en su privilegiada butaca, evitando despertar de nuevo a la bestia...


Pero ya no serían necesarias las provocaciones como resorte, había algo en la grandeza inmortal del Madison que seducía a Miller, como lo había hecho con otros grandes jugadores del pasado. Con los Pacers 105-99 abajo a falta de 18.7 segundos para el final de la primera de las batallas, nadie en la expedición de Indiana creía en la remontada. Donnie Walsh, GM del equipo por aquel entonces, llega a abandonar la grada para encerrarse en las entrañas del Garden, ofuscado y con la mente ya en el segundo partido de la serie. Cuando llamaron más tarde a la puerta del cuarto en el que Walsh se encontraba, para narrarle lo sucedido durante esos segundos, su incredulidad superó a la alegría en los instantes iniciales.


El partido de Reggie había sido de nuevo fracamente irregular. Con 23 puntos anotados por su escolta (en una muy mejorable serie de 5/16 en tiros de campo, malviviendo de los tiros libres), la tropa de Larry Brown trataba de competir encaramada a su gigante tulipán. Pero el trabajo de Rick Smiths no era suficiente y Brown ("nadie, ni yo mismo, confiaba en lograr la victoria") decide pedir un tiempo muerto con esos famosos 18.7 segundos por jugarse. Entre los hombres que atendían a las instrucciones de su coach había uno que creía en el milagro, y con él sería más que suficiente...


Los Pacers atacan tras tiempo muerto y Reggie se eleva para anotar un triple que pone al equipo a 3 puntos de los Knickerbockers. Los locales sacan de fondo, con Mason tratando de hacer llegar el balón a Greg Anthony. El propio Miller reconocería años después (en plena ceremonia de ingreso en el Hall Of Fame) que quizás hubo falta en la acción, pero lo cierto es que Anthony acabó tropezando y el balón en manos del #31. La sangre fría necesaria para recepcionar la naranja, girarse en busca de la línea de 3 puntos, elevarse a la media vuelta y clavar la daga letal en el corazón de los Knicks sólo podría hallarse en las venas de un clutch player del calibre de The Killer, confirmado desde aquel instante como uno de los elementos más peligrosos en la historia de esa jungla que son los playoffs.



Instant Classic. Fuente: nba.com


Los triplazos de Miller devastan la moral del equipo de Pat Riley, personificados en un John Starks hundido y fuera del partido. El escolta local falla dos tiros libres que podían haber puesto arriba de nuevo a los Knicks. Ewing logra hacerse con el rebote del segundo de los tiros y, tras un nuevo error del center jamaicano, el demonio llegado de Indianápolis acaba haciéndose con la pelota, para recibir de inmediato la falta de un Starks enloquecido y superado por los acontecimientos. 


Los espectadores del Garden, Míster Gomina, Larry Brown, los rósters al completo de Knicks y Pacers (casi al completo, en el caso de los segundos)... todo el mundo andaba asimilando la cadena reciente de acontecimientos mientras Reggie enfilaba el camino hacia la línea de tiros libres, para cobrarse la penalización por la falta recibida. El gran baile de las eliminatorias por el título, la capital del mundo, partido empatado: presión insoportable para la mayoría de los mortales, música para los oídos de Miller.


Sendos lanzamientos encuentran con pulcritud el fondo de la red. Los Pacers arriba 105-107. Incapaces de sobrellevar el milagro de esos 8 puntos consecutivos logrados por el tirador rival en apenas 9 segundos, los Knicks perpetraría un infame y surrealista último ataque para acabar perdiendo un duelo virtualmente ganado. Lo nunca visto, una actuación alucinante perfectamente ilustrada por Pat Riley (coach de los Lakers del Showtime antes de hacerse cargo de los Knickerbockers). El hombre que había dirigido a genios como Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar o James Worthy, y que había compartido pista en sus tiempos de jugador con monstruos del calibre de Wilt Chamberlain o Jerry West, afirmó no haber presenciado nunca en su carrera algo parecido al huracán convocado por Miller aquel día de Mayo de 1995.



Spike y The Killer décadas después, recordando hazañas pasadas. Fuente: espn.go.com



Ahora nos resultará a todos mucho más sencillo entender el podio particular de Mark Jackson para la posición de escolta, tal es la grandeza de Reginald Wayne Miller, el asesino sin anillo.








Un mago deslumbra a Iverson.


Existen partidos que quedan grabados a fuego en el imaginario de ciertos aficionados en particular, duelos sin mucha trascendencia competitiva, pero cuyo impacto permanece vivo en la memoria del espectador, con tal viveza que parecieran haberse disputado el día anterior. 


Pongámonos en antecedentes: el que escribe ha sido siempre un enamorado del juego de Sergio Rodríguez, desde que saltara a la primera plana baloncestística durante aquel espectacular Europeo Junior de 2004. La discontinuidad, la fragilidad defensiva y la inconsistencia de su tiro exterior han sido debilidades recurrentes durante el grueso de su carrera (muy trabajadas y corregidas en los últimos tiempos), pero en el haber del tinerfeño se halló siempre un poder especial, fuera del alcance de la mayor parte de los mortales: el de conjurar vistosos y deslumbrantes hechizos sobre una cancha de baloncesto.


14 de enero de 2007. Los Portland Trail Blazers de Nate McMillan reciben la visita de los Denver Nuggets, sin Carmelo Anthony pero con Allen Iverson al frente. Con el base titular del equipo (Jarret Jack) fuera por un accidente de coche, McMillan arranca el duelo confiando el timón a un perdido Dan Dickau, y el equipo naufraga con claridad en el primer cuarto del partido. El plan B (con shooting-guards como Roy o Dixon ejerciendo de playmakers) tampoco da resultado, así que el coach rastrea las profundidades de su banquillo, en busca del novato europeo: un chico de 20 primaveras, virguero y de escasa confianza para el que fuera jugador de los Seattle Supersonics.


Con el mismo #11 que Sabonis portara años antes en la zamarra, Sergio hace acto de presencia. La exhibición del Chacho en ese segundo parcial dejaría atónitos tanto a los rivales como a los enloquecidos fans del pabellón de los Blazers: 13 puntos y 6 asistencias en 12 minutos gloriosos. Aprovechando los bloqueos de sus compañeros, en uno contra uno, galopando por el parqué tras hacerse con el rebote defensivo... el arsenal de trucos del prestidigitador canario acaudilla un parcial de 18-37 a favor de los de Oregón. Un manantial de juego directamente originado por el rookie, repartiendo barrocos telegramas a diestro y siniestro, sin discriminar tiradores o pívots (mención especial a un Magloire ya en la cuesta abajo de su aceptable carrera, muy atento a la evoluciones y regalos de su joven compañero). 


Iverson, Blake, J.R Smith, Camby... ningún Nugget en pista acertaba a entender lo que estaba sucediendo en aquellos minutos, ni de dónde había salido aquel crío liviano, que manejaba la pelota naranja a su antojo. 


Portland acabaría perdiendo aquel partido, y Sergio (23 puntos y 10 asistencias en 30 minutos) volvería al fondo de la rotación de McMillan (para acabar saliendo por la puerta de atrás de la NBA en la primavera de 2010) pero, 6 años después, servidor recuerda con total claridad aquella noche en la que, sentado en el sillón de casa, presenció una pequeña obra maestra. Firmada con tinta indeleble por el Chacho.


http://www.youtube.com/watch?v=YcqJ1sBLfU8



El mago otea el horizonte. Fuente: deporteadictos.com








A 2 pasos de la gloria

Con la franquicia de Oregón asolada por las lesiones y la vulgaridad en los últimos tiempos, incapaz de dar guerra de verdad en los playoffs, nos proponemos volver al pasado para recordar al último gran equipo de los Blazers, en los estertores del siglo XX. Les aseguramos que el viaje merecerá la pena.

En aquella temporada 1999/2000, la gerencia de Portland reunió una colección de talentos que pocas veces se ha visto en la liga en un mismo roster. Aquel grupo desprendía calidad y versatilidad por los cuatro costados: Damon Stoudamire, Rasheed Wallace, Bonzi Wells, Scottie Pippen, Arvydas Sabonis, Steve Smith, Detlef Schrempf, Brian Grant, un bisoño Jermaine O´Neal (en un rol muy secundario, recién llegado desde el instituto)... una rotación interminable al servicio del coach Dunleavy, llamada a competir en el Salvaje Oeste.

Super ratón acosa a Stockton. Fuente: nba.com

Con los problemas disciplinarios aún por aparecer (al menos los más graves, aquellos que originaron el sobrenombre de Jail Blazers y que derivaron en la destrucción del grupo), el equipo era capaz de anotar con fluidez y mantener un alto nivel en defensa, gracias a su profunda rotación y al poderío físico de sus integrantes. La temporada regular se cifró en 59 victorias y 23 derrotas, y la tropa llegaba en perfecto estado de forma a los playoffs.

Los Wolves de Kevin Garnett (3-1) y los crepusculares Jazz de Malone y Stockton (4-1) no pusieron en problema alguno a los Blazers, que se tomaron aquellas series como preparación para la madre de todas las batallas: las finales del oeste contra los Lakers de Phil Jackson.

Los angelinos, con O´Neal jugueteando con Sabas en la zona, se adelantaron 3-1 en la serie. Dunleavy lo intentó todo para parar la monstruoso pívot (en la cúspide de su carrera), llegando incluso a llevarle descaradamente a la línea de los tiros libres, para explotar su gran debilidad. Pero ni siquiera el célebre Hack-a-Shaq funcionó. Lo que nadie esperaba es que los Blazers se levantaran de la lona con tamaña contundencia...

Shaq vs Sabas: duelo de leyendas. Fuente: jotdown.es

Haciendo gala de una estratosférica defensa coral, y con su brutal plantilla a pleno rendimiento, los de Oregón se llevarían los siguientes duelos (uno de ellos en el Staples Center), llevando la serie a un emocionante séptimo partido en Los Ángeles. Todo o nada.

Con los de púrpura y oro en shock, Portland llegó a tener una ventaja de 15 puntos entrando en el último cuarto. Las finales parecían apalabradas, la oportunidad de reeditar el mítico anillo de 1977 estaba a escasos 10 minutos. Sin embargo, nunca se debe subestimar el corazón de un campeón. Aquel 4 de Junio de 2000 todos asistiríamos a la mayor remontada jamás lograda en un séptimo partido: un milagro que solo el baloncesto es capaz de ofrecer.

El ataque de los visitantes se colapsó en el periodo decisivo (Steve Smith, que había anotado 18 puntos en los 3 primeros cuartos, firmaría un 1/5 en tiros) y un joven Kobe Bryant tomaría el mando para ir limando la ventaja posesión a posesión, jugada a jugada. Los 25 puntos y 11 rebotes del genio de Philadelphia (alley-oop decisivo para O´Neal incluido) lideraron la victoria final de los Lakers por 89-94, vía directa hacia la final frente a los Pacers de Reggie Miller y Jalen Rose. 

Oportunidad perdida para Portland, que vería como su tremenda plantilla (muy superior a la de aquellos Lakers) acabaría deshecha, fruto de las pésimas decisiones dentro y fuera de la cancha de la mayor parte de sus integrantes. 

Smith & Pip: talento en las alas. Fuente:bleacherreport.net




David vs Goliat

Spree, rostro de los históricos Knicks del 99. Fuente:sportsillustrated.com

" I haven´t seen the finals since Sprewell played.." http://www.youtube.com/watch?v=t45jqsVSJWI


Escuchando la genial versión que un hincha Knickerbocker ha difundido de la canción Somebody I Used To Know (con la marcha de Jeremy Lin a Houston como telón de fondo), uno no puede evitar abstraerse a aquellas finales de la anterior campaña del lockout, más concretamente al partido decisivo: la 5ª batalla a vida o muerte del 25 de Junio de 1999.

Los Knicks de Stan Van Gundy habían completado una épica aventura como cenicienta de la NBA. Metidos en los playoffs in extremis desde la última plaza del Este, a base de una defensa al límite y la inspiración de sus dos estrellas exteriores en ataque (más flashazos puntuales de Larry Johnson y un bisoño Marcus Camby), los Bockers superaron la lesión de su líder (un crepuscular Patrick Ewing) y se plantaron en las finales de la NBA, destruyendo todos los pronósticos.

En el último escalón hacia la gloria esperaba una montaña inabordable para los de la Gran Manzana: los San Antonio Spurs, un equipo tan intenso atrás como los Knicks y con un terrorífico monstruo bicéfalo en ataque, listo asolar las zonas rivales. El combo Robinson-Duncan había jugueteado con las poderosas baterías interiores de la conferencia oeste, qué no harían con la del Madison...

Tras ser ridiculizados durante los dos primeros partidos en Texas, el orgullo del Garden insufló fuerzas a los neoyorquinos, que se llevaron el tercer duelo y lucharon de poder a poder en el cuarto, para llegar al 5º también en casa al borde de la eliminación (3-1 en el global para San Antonio).

Con el Madison en modo caldera, sería su jugador más temperamental el que lucharía hasta la extenuación, en el intento por forzar un sexto partido en el Alamodome: de emocionante se debe calificar el esfuerzo de Latrell Sprewell en su cruzada contra el colosal Tim Duncan. El díscolo escolta-alero de los Knicks tomó el control total del ataque Bocker en el último cuarto, con Allan Houston superado por las circunstancias, para irse a los 14 puntos anotados en el periodo decisivo. Pero serían los necesarios dobles y triples marcajes ordenados por Jeff Van Gundy sobre el ala-pívot de las Islas Vírgenes los que supondrían la perdición de los Knicks: con los exteriores Spurs libres de molestias, sería el pequeño Avery Johnson quien ajusticiaría a los locales con un tiro abierto a 47 segundos del final. 

Tiempo suficiente para una última intentona, que por supuesto tendría a Spree como protagonista. Con 35 puntos y 10 rebotes en su casillero, Latrell recibió el pase final de Charlie Ward mal posicionado bajo el aro. Imposible levantar la bola ante la intimidación de las torres gemelas de Popovich.

http://www.youtube.com/watch?v=7OZS9P3YraY


Los Knickerbokers volvían a caer en las finales como en el 94, pero Sprewell mantiene aún un lugar especial en el panteón de los aficionados de la capital del mundo, que siguen acudiendo a la catedral del baloncesto con su #8 a la espalda. El espíritu del guerrero del Garden sigue vivo...

Sprewell & Houston, ídolos en los Knicks del lockout. Fuente: nba.com